domingo, 4 de diciembre de 2011

A donde quiera que estés...

     Estoy enojada. Es un enojo que pensé los años mitigarían pero no, a cada rato está ahí. ¡Mi padre! ¡Podría echarle la culpa de tantas cosas! Pero ni caso. Este señor se propuso amoldarme a su manera y lo logró, el muy bastardo. Porque si no… cómo fue posible que con sólo 5 años al comenzar la escuela, ya me había enseñado las tablas de multiplicar, las letras del abecedario y escribir algunas palabras.

    Recuerdo que cuando mi madre se negó a tener animales en casa, fue él quien me trajo mi primera mascota: Un polluelo blanco quien me seguía a todas partes, dormía en mi misma cama y a quien llegué a querer hasta lo indecible.

   Fue mi padre, quien me regaló el primer libro de Jack London “Colmillo blanco” a los 9 años. Y luego vino con “El Proceso de Nuremberg” a los 11, para luego rematar con “La autobiografía de Malcon X” y “Por quién doblan las campanas” a los 13 años. ¡Por Dios! Era como para odiarlo hasta el infinito.

   Fue él también quien se negó a que yo llevara una pañoleta roja al cuello cuando mis compañeros de aula eran pioneros. Entiendo ahora que por circunstancias extrañas y que nunca pregunté, hacían que fuera apático total a la política. Algo que más tarde yo lo defraudaría manteniendo el carnet de la juventud comunista en mi bolsillo por muchos años. Tampoco creo que le gustaría saber que estoy tan lejos de lo mio, de mi tierra y de la suya.

   Él fue quien me enseñó que no es lo mismo decir –Una bonita mañana- que decir –La aurora derrama infinidad de colores con sus rayos luminosos-. Mis primeras composiciones en literatura pasaron todas bajo su escrutinio y ahora me doy cuenta que cuando las escribía, no pensaba en obtener una buena puntuación, ni agradar a la profesora; lo hacía para ver como mi padre asentía y ensanchaba su sonrisa. De niña nunca entendí por que trabajaba como Químico operador en un Central azucarero a pesar que leía tanto (y a mis ojos) poseía la sabiduría de un Dios.

   Cuando mi madre peleaba con mis hermanos para que estudiáramos y fuéramos “Alguien en la vida”, él sonreía y me susurraba: “No me interesa que seas médico o recolectora de basura, sólo te pido que lo que hagas: Tienes que ser la mejor” Extraña filosofía la de este hombre.

   Nunca nos pegó ni nos alzó la voz, pero nos quedaba mirando y movía lentamente la cabeza cuando madre nos castigaba. Era mucho peor ver su mirada decepcionada que 10 chancletazos de mi madre en el trasero.

   Hasta que un día sin previo aviso, sin despedirse, se fue, Exactamente un mes después que cumplí 15 años. ¿Cómo se le ocurría morir así, para dejarnos tan solos? ¡No sabía este señor que no me había dado el tiempo suficiente para decirle cuanto lo amaba, cuanta falta todavía me hacía en mi vida!

    ¡Oh sí! Estoy enojada, y si yo creyera en Dios y en que vamos al cielo después de esto, quizás tuviera la esperanza de reclamarle. ¡Pero ni eso! Se fue, nos dejó… ¡Me dejó!
   ¡Oh Padre! ¡Me hubiera gustado tanto abrazarte y decirte todo lo que tus silencios me enseñaron! Todos los besos que nunca te di, y lo mucho que hubiera hecho para que siempre estuvieras orgulloso de ésta, tu hija.

Por SRM\
4/12/2011

2 comentarios:

Tu hija dijo...

Mycket vackert :)

Anónimo dijo...

Lindo y emotivo Sonia, soy Monica, vi tu blog en el facebook.